La sensación al acercarse al Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivanco pretendia ser la entrada en una agradable dinámica de sensaciones y sorpresas. Cuando se traspasa el portón de entrada a la finca, uno no sabe muy bien si lo que tiene ante sus ojos le produce sorpresa o desconcierto, pero desde luego, lo que si produce es el deseo y la invitación a ser visitado. Nos encontramos ante un conjunto arquitectónico con aparente aroma clásico. Pero no, quizá sea una falsa impresión. Una vez recorrido, entendemos todo su fundamento y el desconcierto desaparece.
La panorámica que nos ofrece la visión frontal del museo envuelto en un inmenso viñedo, habia de resultar espectacular y atractiva, acogiendonos con una llamada cálida, serena pero también alegre, orgullosa y segura de no defraudar.
Efectivamente, esa colorista imagen que nos presenta su arquitectura, construida con materiales contemporáneos como el hormigón visto en color, el cobre oxidado y el vidrio, definiendo geométricos y radicales volúmenes, no es un obstáculo para componer una obra que se acompase con el medio rústico en el que se encuentra y establezca referencias con la tradición bodeguera de La Rioja.
Desde la implantación en el terreno sobre una plataforma de grandes sillares, de esa piedra dorada característica de los pueblos de la Rioja Alta, con el amarillo de sus muros acompañando al de los campos en verano, o con el verde aturquesado de sus cubiertas, como el del viñedo que le da razón de ser, su arquitectura asume la simbología que le corresponde. La suma de cuerpos y volúmenes, tan propia de las bodegas, nos describe la complejidad de la actividad bodeguera que este museo, a lo largo de su recorrido y desde su llegada, nos va a mostrar. El edificio se hace cómplice de la misión que se le ha encomendado y que no es otra que ser el soporte para describir el quehacer del hombre entorno a la vid, el vino y su historia.
Quien haya tenido la oportunidad de conocer La Rioja, comprende enseguida el enraizamiento de esta obra con el lugar y su función. Las grandes y geométricas cubiertas inclinadas junto con la reinterpretación de la linterna y su cuerpo circular de aires postmodernos, no son sino enlaces y referencias que conectan la historia de la arquitectura bodeguera agroindustrial de La Rioja con nuestro cibernético siglo XXI.
Se accede al interior por el cuerpo central que, señalado por la linterna, articula el complejo, y da acceso al recorrido de la exposición y a otros espacios como la enotienda, la sala de degustación y el restaurante, cuya planta circular permite disfrutar del envidiable paisaje en sus cuatro puntos cardinales.
La primera sala del recorrido expositivo es un gran espacio diáfano de planta basilical, compuesto de una nave central y once espacios más pequeños, a modo de capillas laterales. El primero está dimensionado para acoger grandes piezas, mientras que los segundos lo están para recibir elementos de menor escala. A la potencia de sus pilas y muros de hormigón visto azul, y a la ligereza de la coronación acristalada y su cubierta de madera, les acompaña una luz natural tamizada por la movilidad de sus parasoles, que hacen de esta sala un gran marco para las espectaculares piezas que alberga y un estimulante inicio de la visita al museo.
Nos sumergimos en la contemplación de todo lo que nos ofrece su recorrido, descendiendo a las entrañas del mundo de la bodega, descubriendo nuevos espacios a través de dinámicas rampas que enlazan unos con otros y que nos permiten variadas visiones.
LA SALA HIPOSTILA
Esta sala, de planta octogonal y ciento once columnas, constituye un espacio mágico, de luz tenue, silencioso, conmovedor Su techo, construido mediante láminas de hormigón visto superpuestas unas a otras, se va cerrando y levantando a medida que se aproximan al centro. Una limpia estructura soporta el cilindro central que permite una suave entrada de la luz exterior.
La crianza del vino exige mimo y cuidado: una gran estabilidad térmica, evitar vibraciones sonoras, una adecuada ventilación etc. Al sumergirla en las entrañas de la tierra, ha creado un colchón entorno a ella que la protege del exterior, del calor, del frío y de la contaminación acústica. El lucernario central es también una chimenea de ventilación natural, que con las entradas de aire exterior a través de tomas de aire perimetrales, permite reciclar el aire, suave y constantemente, en todo su volumen sin recurrir a complejas instalaciones mecánicas.
La arquitectura de este museo no puede estar en otro lugar que no sea este, ni para otra función que para vivir y contar el mundo del vino. En él todo tiene su razón de ser, nada es gratuito.